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martes, 25 de enero de 2011

Poesía


Como la diáfana luz
entra por la ventana
en la preciosa mañana
de un cielo de azur

Como las olas del mar
cristalinas y refrescantes
salvajes pero constantes
que no se dejan atar

Como el viento ligero
sincero y rápido
sutil, dulce y cálido
que con ansias espero

Como el claro diamante
firme e inmaculado
nítido y brillante
que secretos va guardando

Cómo magnífica rosa
princesa de los amores
dama de mil colores
como una joya preciosa

Así son mis poemas
claros y sencillos
Como las palabras que distingo
en el horizonte lejano

viernes, 21 de enero de 2011

Una noche ella encendió un fuego...

Una noche ella encendió un fuego.

No era un fuego muy grande ni muy pequeño. Era un fuego cálido. Lo encendió para iluminarse en la penumbra tan profunda que la rodeaba y para refugiarse del frío.

Ella sabía, por experiencia, que el fuego era peligroso. En una ocasión intentó tocarlo, sin embargo sufrió un dolor inmenso y sus manos quedaron marcadas. Se había quemado. No era una quemadura grave, pero si lo suficientemente real para que se diera cuenta que estaba viva.

Estaba confundida. El mismo fuego que la había herido seguía iluminando para ella, brindándole su calor, estando con ella. Eso sí, cada quien en su reino.

Pero llegó un momento en el que el miedo comenzó a anidar en su corazón. Al principió fue sólo una inquietud, un leve desasosiego, una sombra ligera que muy rara vez se paseaba por su mente. Sin embargo, lentamente esa sombra empezó a inundar sus sueños transformándolos en pesadillas, a robarle horas en las que podía dormir, a mantenerla en vela.

Ella tenía miedo de que su fuego se apagara.

Empezó a hacer más para cuidarlo, le puso un pequeño cerco de rocas alrededor y no dejaba que nadie se acercara. Sufría y temblaba cuando debía ir por más leña y siempre se aseguraba que no hubiera nada que pudiera apagar su fuego cerca.

Apenas dormía, siempre vigilando su fuego.

En un punto, todas las personas que alguna vez la habían querido empezaron a preocuparse por ella “¿Qué le pasa?” decían “¿Cómo le quitamos ese miedo, esa obsesión?” Todos se preguntaban la respuesta y nadie podía encontrarla.

Algunos intentaron hablar con ella. A algunos fingió que los escuchaba, a otros los envió a volar antes de que abrieran la boca, hubo a quien estuvo a punto de golpear para que se callara. Pocos fueron los que lograron hacer que retirará sus ojos del fuego al menos unos segundos.

Y así pasó mucho tiempo.

Una noche, no fría sino cálida y con estrellas en el cielo. De la nada, el fuego se apagó.

Entonces, ella por fin pudo dormir.