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viernes, 23 de marzo de 2012

Entreversos de Tango


Para Julián y Gaby.

El tanguero está parado en un lado de la pista. Sombrero puesto, zapatos limpios, preparado para la acción. Se gira y observa a la joven casi con toda la atención del mundo, casi.
La chica esta del otro lado de la pista, el bailarín no le interesa en lo más mínimo. Ella está acomodándose el vestido, los aretes, asegurándose de que sus zapatos soporten bien para cuando encuentre a alguien con quien bailar un poco. Ella también se gira, se da cuenta de que él tanguero la observa, de que él empieza a codiciar tener esa cadencia entre sus brazos. Nota como él ansía poder acariciar su cintura al compás del bandoneón.
El tanguero sonríe a la bailarina, espera que eso la convenza. Siempre le han dicho que tiene una sonrisa encantadora. Da un paso hacía ella con el tempo del primer violín de la pieza. Extiende su mano y le pone energía a su mirada. Está decidido a tomarla y a olvidar el tiempo durante unos minutos. Justo lo que baile con ella. Sin embargo, ella aleja la mirada y para él es como un balde de agua fría. Al parecer la bailarina no es cualquier cosa.
La chica observa al tanguero… interesante. Ve cómo se le acerca, cómo le sonríe, como extiende la mano. Se da cuenta de lo que él espera: él quiere que ella se acerque, que le tome la mano y empiece a bailar con él. ¡Qué sencillo! Pero no se lo va a dejar tan fácil. Ella mira al tanguero con curiosidad y luego le quita la mirada. Aunque ahora sabe que tiene toda su atención. Es necia, pero no tonta, y aprovecha cada tempo musical para provocar al tanguero a acercarse. Sabe que él la está observando, y está decidida a ganar ese duelo.
Él tanguero recobra su aplomo rápidamente. Está dispuesto a ceder un poco en las reglas de ese juego, pues sabe lo que quiere conseguir. Observa a la joven, sus movimientos. Esta cerca de entender la intención de la bailarina, demasiado cerca. Los pies lo traicionan y hacen que se acerque a ella. Una ligera expresión de frustración aparece en su rostro, ahora lo comprende. Casi no le importa acercarse por su cuenta… casi.
La chica siente la mirada del tanguero en su espalda y decide traducir la música con su cuerpo. Flexiones leves, adornos sutiles, no deja de ser increíblemente elegante. Gira sin mirarlo, casi como para seducirse a sí misma. Aunque la verdadera intención es jugar con la mente de aquel que la mira. Con un golpe de la música cae a una pose y se digna a mirar al bailarín de reojo.
El tanguero se da cuenta de cómo esa mirada lo quema, lo invita, prácticamente le exige que se acerque. Su voluntad aún se resiste, aunque ahora parece un fino hilo de seda.
La chica está consciente de que lo tiene casi atrapado… casi. Reflexiona un momento y decide hacer caer al bailarín en su hechizo enmarcando su propio rostro con un movimiento de la mano, más sutil que una caricia de viento.
El tanguero ya no soporta más.
La chica se gira y sonríe para sí. Sabe que ha ganado.
De pronto la tanguera siente las manos del chico, una en su cintura la otra en su brazo. Y toma valor para enfrentarlo. Después de todo, alguien a quien ha torturado unos segundos puede ser digno de un baile.
La nota de cello termina justo cuando se miran a los ojos. Y empieza el verdadero baile. Ella sigue tan hermosa como cuando empezó la música y él esta dispuesto a no dejar ir lo que le costó tanto trabajo conseguir.
Él bailarín la mantiene cerca, demasiado cerca. Siente su aliento en el cuello casi al ritmo de la música. Un boleo, otro boleo, una sacada. Simplemente perfecto, simplemente preciso y errático. Como el cortejo que iniciaron minutos atrás.
El tango se acelera y también el baile. Van más rápido de lo que los sentidos pueden notar. De pronto él da un paso y ella vuela, solo para caer con la agilidad de una gacela y no haberse separado un solo centímetro de su pareja. La tanguera se deshace en cada movimiento y el bailarín se encarga de regenerarla y dirigirla para que ella pueda lucirse completamente. Para dejar que ella seduzca a la vida tal como lo sedujo a él.
Giros, pasos, arriba, abajo, cercanía, pasión. Y de pronto entran en un frenesí loco del cuál, parece, jamás lograrán salir cuando, en un instante absurdo, se escucha una nota grave de bandoneón y los labios de la tanguera quedan a milímetros de la boca del muchacho y el tiempo se congela.
Un aplauso atronador estalla desde el público, y tras unos segundos todo vuelve a la normalidad, aunque ahora nada es lo mismo. Ya paso un tango más por ellos.